Comentario editorial de Martín Sperati.
Se cumplen 40 años de la guerra de Malvinas. Una guerra cruel y desigual que dejó muchas situaciones inconclusas, que esperemos el tiempo pueda resolver.
Obviamente la historia, hoy nuestra República sigue reclamando la soberanía de las islas con el argumento de que fueron usurpadas en 1833, cuando se habían heredado de la colonia española y acusa a Londres de incumplir resoluciones internacionales.
Claramente el interés británico sobre el archipiélago es 100 por ciento económico. Se dice que quieren progresar en la exploración petrolera off-shore, con lo que podríamos estar ante un desastre ecológico de magnitudes colosales.
En las escuelas, los niños jugaban a la guerra, argentinos contra ingleses, eufóricos. “Ya estamos ganando”, se leía en la propaganda oficial.
En las casas, en los bares, en las calles, no había solo ilusión infantil o ingenuidad adulta. Si bien muchos mayores replicaban la lógica del juego de guerra y el triunfalismo bélico alimentado por la desinformación, otros tantos sabían o intuían que esa guerra era una empresa destinada al fracaso.
Argentina venía reclamando la soberanía de las islas desde hace mucho tiempo. Si el reclamo era histórico, ¿por qué en ese momento se decide la ofensiva militar? Tres elementos fueron clave para envalentonar a los generales.
Por un lado, la debilidad del Gobierno militar, que atravesaba conflictos entre sus armas y una creciente oposición social y política.
Un rechazo alimentado, por un lado, por la creciente evidencia de violaciones a los derechos humanos en un Gobierno que dejó, 30.000 desaparecidos, además de miles de muertos; que torturó, persiguió, censuró y limitó las libertades de los ciudadanos.
Asimismo, lo que se consideró un error estratégico, la junta militar especuló con que Reino Unido no reaccionaría a la invasión de las islas, porque eran lejanas y porque históricamente no habían sido de especial interés para los británicos (incluso se venía negociando entre las naciones una posible administración compartida del territorio).
Pero Londres reaccionó, y con fuerza, posiblemente por la propia necesidad política de la entonces primera ministra Margaret Thatcher, quien se encontraba en un momento de debilidad en un contexto económico desfavorable.
Y, un error más de cálculo: la convicción del Gobierno del general Leopoldo Fortunato Galtieri de que Estados Unidos sería, cuanto menos, neutral ante la ocurrencia de un conflicto armado.
La derrota dio impulso a la salida del Gobierno militar del poder. La primera consecuencia fue la renuncia de Galtieri; con el paso de los meses se convocó a elecciones democráticas, que se realizaron en diciembre de 1983, poniendo fin a más de siete años de dictadura.
Fueron 72 días de guerra, el 14 de junio de 1982, el que había sido designado gobernador de las Malvinas por el gobierno militar, Luciano Benjamín Menéndez, firmó la rendición incondicional de las tropas argentinas.
Del lado argentino hubo más de 700 muertos; unos 300 del británico. Aunque la destreza de los pilotos militares argentinos generó admiración de los británicos –esa extraña admiración de los combatientes, que se respetan mientras se matan–, muchos de los soldados de nuestro país eran jóvenes mal entrenados, mal equipados, mal alimentados y pobremente armados, limitados en sus posibilidades frente a unas fuerzas armadas mejor preparadas.
Para nosotros es una herida difícil de cerrar. Los pibes yendo a pelear contra una súper potencia. Esos pibes que pusieron el cuerpo por decisiones políticas llenas de odio. Iban a morir en nombre de unos HDP (Galtieri y Thatcher) por conservar el poder.
Los dos querían conservarse en el poder en nombre de la patria y de pibes que fueron a poner el cuerpo. Destruyeron no solo esas vidas, sino la vida de esas familias. La vida de una generación. Piensen que esos jóvenes pensaban en cervezas, amigos y trabajo. Y fueron a pasar a un cementerio por estos nefastos.
“La guerra es un lugar donde jóvenes que no se conocen y no se odian se matan entre sí, por la decisión de viejos que se conocen y se odian, pero no se matan”.
Una historia de una gran injusticia. Gracias a los que se jugaron la vida.