Por Martín Sperati
Se vienen más de 40 días de campaña electoral. Elecciones legislativas nacionales y en el concejo.
Y ahí van a estar ellos y ellas prometiéndote esperanzas.
La filosofía siempre le cedió a la teología el análisis sobre la esperanza, asumiendo que la fe y la razón son de campos diferentes.
En el Antiguo Testamento, la esperanza era la promesa hecha por el líder del pueblo de Dios de conducirlo a la tierra prometida. En el Nuevo Testamento, la esperanza estaba asociada con la resurrección. Tierra prometida y resurrección son dos metáforas perfectas para la Argentina actual.
Para los griegos, la esperanza era un consuelo. Para los psicólogos, la esperanza es una pasión. Para Descartes –en Las pasiones del alma–, era el placer ante la probabilidad de alcanzar un goce futuro.
Para Bloch, considerado el filósofo de la esperanza, se trata de un “hambre originaria” del ser humano, una conciencia del mañana que lo anima a realizar lo que aspira a ser y “todavía no”. Esperanza, futuro e incompletud van de la mano porque la esperanza desaparece cuando ese “todavía no” se realiza. La espera muestra la falta.
La falta de previsibilidad. La falta de un diseño de país sostenido en el tiempo. La falta de proyectos, ideas, en fin la falta de consensos.
En los últimos 15, 20 años nos hemos morfado la ilusión.
La ilusión sería una esperanza infundada, un engaño de los sentidos, de la apariencia sobre lo real, una moneda falsa, un pensamiento mal encarado y, no pocas veces, también una estafa necesaria.
El inocente es quien cae frecuentemente en la ilusión: la sociedad argentina muchas veces ha visto su esperanza degradada en desilusión pero la necesidad de creer –paradójicamente– no pocas veces aumenta en lugar de reducir el deseo de creer, credulidad que se explica en la necesidad de compensar tanta frustración con el paliativo del placer –aunque sea momentáneo– de sentirse ilusionado con un futuro distinto a la fatalidad del presente.
La esperanza es la base de la existencia del ser humano en el tiempo: la esperanza pone en marcha el existir que significa salir (sistere extra), salir del inmovilismo, de la aceptación del presente como suficiente. La esperanza sería un imperativo del desarrollo cuando crea parte de lo esperado.
Quien no tiene esperanza no arriesga. El miedo no arriesga. Parte de la sociedad argentina arriesgó creyendo que algo mejor es posible.
Argentina tuvo más ilusión que esperanzas. Los dirigentes en campaña, a lo largo de los años, nos dieron ilusión en lugar de esperanzas.
La ilusión y la esperanza pueden ser lo mismo. De hecho en algún punto conectan. La esperanza es una emoción activa. La ilusión es pasiva. En la ilusión uno espera recibir sin accionar. En la esperanza aparecen los planeamientos para poner en movimiento los proyectos.
Analicen ustedes los discursos de los precandidatos a lo largo de los últimos años. ¿Se acercaron a la ilusión o a la esperanza?
La esperanza y el resentimiento comparten su insatisfacción con el presente: el resentimiento lo procesa enfocándose en el pasado, y la esperanza, en el futuro.