Ni frente al coronavirus y el peligro de muerte somos capaces de acercarnos, respetarnos y gestar coincidencias
Argentina's former President Mauricio Macri shakes hands with new Vice President Cristina Fernandez de Kirchner after she was sworn in, in Buenos Aires, Argentina December 10, 2019. REUTERS/Agustin Marcarian

Ni frente al coronavirus y el peligro de muerte somos capaces de acercarnos, respetarnos y gestar coincidencias

Por Martín Sperati

El gobierno es una gran caja, recursos infinitos, basta con pensar en la cantidad de impuestos que sale de los bolsillos de las y los argentinos.

Sin embargo, su magnitud no permite desarrollar un país, pero sobra para formar un gran partido y sostener decenas de miles de “militantes”.

Muchos se iniciaron como aficionados pero terminaron siendo rentados.

Cajas de todo tipo, se multiplicaron las instituciones y organismos en manos de ese absurdo pensamiento de que lo importante es el ministerio, o esa pretensión de venderte la idea de un progresismo que no estaría llegando.

Miles de burócratas, los anteriores no fueron mancos en esos temas, solo los necios pueden encontrar virtudes donde no las hay.

Las leyes e ideas creadas para gobernar parten de una verdad mientras que los bancos y el poder económico despliegan su propia ideología.

Ese versito de los adoradores que dice “todo lo privado es mejor a lo público”, llevado al extremo al que hemos arribado, nos deja sin Estado en medio de un mercado persa.

Claro que el Estado es derrotado por no ser capaz de generar una política que mejore la vida del ciudadano. Estamos soportando dos ejércitos invasores, los que gobiernan que nos matan con los impuestos y los del mercado que nos masacran con los precios.

Y el ciudadano se encuentra en una encerrona, porque nos invitan a elegir entre instituciones sin equilibrio distributivo ni salarios dignos o burocracia sin ninguna justicia y algo de distribución.

Muchos no soportan, no creer en nadie y están los que asumen una fe ciega en alguno de los contrincantes y el consecuente odio en el otro, nada de esto nos ayuda a cambiar. 

Ni frente a la enfermedad y el peligro de muerte somos capaces de acercarnos, respetarnos, de gestar coincidencias.

En las elecciones venideras debemos enfrentar a las burocracias y su fruto amargo, la desesperanza.

Quizás, el próximo presidente deba surgir de un frente que no sea ni quien nos gobierna ni quien nos gobernó, porque está claro que en ambos grupos el fracaso es inherente a su manera de actuar y pensar.