Por Martín Sperati
La política es de los muy pocos espacios en el que cuando uno habla de unos, enseguida te ponen frente al otro.
Si hablo de Cristina, soy macrista y vieceversa.
Este fenómeno no pasa con el futbol, por ejemplo. Cuando uno habla de la performance de un técnico, no relacionan el relato con el técnico anterior.
Debe ser terrible haber sido presidente de un país y no tener ni siquiera un gran logro para presumir.
Ese es el caso de Mauricio Macri, que en 2015 llegó al poder en Argentina que venía a rescatar al país de “las garras” peronistas, representando a “la derecha moderna y democrática“.
Pero fue una decepción. Cuatro años después, cuando se quitó la banda presidencial, el país estaba sumido en una crisis económica, con inflación, endeudamiento y devaluación récords.
Él, que ofreció alcanzar “pobreza cero”, dejó un tendal de nuevos pobres. Aún así, buscó la reelección. Pero la mayor parte de la ciudadanía le cobró las promesas incumplidas y le dio la espalda. Ni siquiera hubo necesidad de segunda vuelta. En la primera ronda, Macri quedó fuera de la competencia. De la mano de Alberto Fernández, el peronismo volvió a gobernar.
Desde entonces abundaron las dudas sobre el papel que Macri asumiría fuera de la Casa Rosada. Hasta se llegó a especular con su retiro de la política. Hoy ya no quedan dudas de que quiere ejercer un liderazgo opositor.
El expresidente consolidó su estrategia este fin de semana con un artículo publicado en el diario La Nación en el que defenestra la gestión de Fernández, alerta sobre peligros inexistentes y omite por completo múltiples temas por los que él mismo debería dar explicaciones.
Lo más extraño es que habla como si nunca hubiera gobernado, como si no fuera responsable del desastre en el que dejó al país. Ay, la amnesia, ese mal que suele aquejar tanto a los políticos.
Macri acusa al gobierno de desplegar “una serie de medidas que consisten en el ataque sistemático y permanente a nuestra Constitución“, pero nada dice del alarmante episodio que Argentina padeció la semana pasada cuando policías armados rodearon la residencia oficial de Olivos, en donde vive y trabaja el presidente Fernández, como parte de una protesta de la Policía de la Provincia de Buenos Aires que transitó de reclamos salariales directamente a una extorsión inaceptable.
A diferencia de otros opositores que demostraron que todo tiene su límite, el expresidente no condenó la movilización. Como si sólo le interesara defender la democracia cuando conviene a sus propios intereses.
También denuncia riesgos para la libertad de expresión, olvidando que durante su gestión los despidos masivos de periodistas, incluidos las y los trabajadores de los medios públicos que fueron maltratados y difamados de manera sistemática.
La radicalización del expresidente se hace más evidente cuando se refiere a la pandemia, aunque jamás la menciona por su nombre.
Apenas si se refiere a las “restricciones sanitarias”, sin explicar en ningún momento que hay una emergencia de salud a nivel mundial.
“La idea es avasallar a la clase media para conseguir clientes dependientes del favor del Estado para poder sobrevivir. No se reconocen los derechos básicos de los ciudadanos para que cada uno proyecte su vida como quiera hacerlo, porque es el Estado el que aspira a decidir por nosotros. Pretende nivelar para abajo”, advierte el expresidente, cuando fue él, en todo caso, quien niveló para abajo con los millones de nuevos pobres que dejó como saldo de su gestión: en sólo cuatro años la pobreza creció del 32,2 % al 35,4 %. Esa es una de sus más deplorables herencias.
Macri y sus asesores despreciaban a las movilizaciones ciudadanas. Luego, con gran sorpresa, descubrieron que también podían convocar a gente en las calles. Se engolosinaron. Y ahora, con gran desdén a la larga historia de luchas sociales en Argentina, creen que es un invento suyo.
Por supuesto, a quienes protagonizaron masivas movilizaciones en su contra cuando gobernaba no los considera “la gente“, ni “ciudadanos“.
Así, el expresidente que llegó al poder con la promesa de “unir a los argentinos“, cambia por completo su discurso y apuesta por ahondar la división de un país polarizado.
Según él, las y los argentinos deben elegir entre la República o “la republiqueta”; democracia o demagogia; elecciones libres o “no habrá transparencia en los resultados”; seguridad o “vivir con miedo”; Estado de Derecho o “la jungla”; la propiedad o “la apropiación”; libertad de expresión o censura; educación o adoctrinamiento. Verdadero o falso. Luz u oscuridad.
O sea que el mundo está dividido entre buenos y malos. Qué fácil. Qué simplista. Qué cómodo. Y qué falaz.
De lo que nada dijo el expresidente en su artículo fue por qué su familia sigue sin pagar la multimillonaria deuda que mantiene con el Estado por el Correo Argentino, y que fue uno de los principales escándalos cuando gobernó al país; ni del espionaje masivo contra periodistas, activistas sociales, políticos oficialistas y opositores y empresarios que hoy investiga la Justicia; ni de la causa sobre millonarios contratos irregulares en la concesión de peajes de autopistas, tan sólo por poner algunos ejemplos.
Tampoco contó a qué fue a Paraguay en medio de la pandemia, por qué no le bastaba una videollamada con sus amigos Horacio Cartes y Mario Abdo, qué era tan importante que lo tenían que hablar en persona.
Quizá no le alcanzó el espacio y explique estos y muchos otros temas pendientes en su próxima columna.