Por Martín Sperati
18 de Julio, 1994. Lunes. Hace frío en Buenos Aires. Comienza la semana pero Romina no va a trabajar al banco, como todos los días; tiene que anotarse en la facultad. Jorge se saltea el mate calentito que le ceba su mujer cada mañana porque, como está sin empleo, quiere llegar temprano a la Bolsa de Trabajo de la AMIA. A pesar de sus 73 años sigue vital.
Sebastián, de cinco, está contento por dos razones: hoy comenzaron las vacaciones de invierno y va a viajar por primera vez en subte…por fin va a conocer los túneles, como los de las Tortugas Ninjas, sus dibujitos preferidos. Rosa está ansiosa, hoy le dan el alta a su nieta recién nacida y la va a conocer.
Todos salen a la calle con un destino, con una expectativa, con un sueño. Muchos van a coincidir en el mismo lugar a la misma hora. Pasteur 633, 9:53 AM.
Este día, esta hora y este lugar quedará para siempre en la memoria de nuestra sociedad. Una bomba vuela en pedazos el edificio de la AMIA, se lleva 85 muertos, deja más de 300 heridos y el horror impregnado en la retina.
Hoy a 25 años todavía no hay culpables y no hay sentenciados. Una causa viciada con parches y con jueces que fueron apartados.
Memoria, verdad y justicia.