Por Martín Sperati
Nací varón, blanco y heterosexual. En una sociedad patriarcal como la nuestra, esas características me convierten en un privilegiado.
De chiquito me enseñaron que “los hombres no lloran”, “no bailan”, “no pueden usar ropa de color rosa”, “me tenía que mostrar valiente, fuerte y siempre listo para el sexo y la guerra”.
Veía a los mayores observar a una “minita” que pasaba y si no le gritaba “algo” estaba mal visto. Muchas veces fui responsable de actitudes machistas, pero también perseguido por la idea patriarcal, tenía muy poca prensa que una mujer pudiese ser mejor que el hombre.
El feminismo nos está atravesando, nos está haciendo cambiar, nos deconstuye. Soy consciente de que la historia pasa ante mis ojos, pero no quiero sentirme incómodo por el sólo hecho de ser hombre.
Siento muchísima pena por las mujeres asesinadas en manos de cobardes. Rezongo cuando veo fallos de los jueces que atrasan mil años.
Tengo el privilegio de vivir esta transformación. Este mundo nuevo que emerge, pero todos no somos asesinos ni violadores. Creo que el punto está en que tenemos que aprender a convivir entre hombres y mujeres.
No puedo consentir la idea de que un pibe abuse, en todas sus formas, a una mujer. Y menos que se le dé la razón por el sólo hecho de ser hombre.
La historia se encargó de poner los privilegios en veredas opuestas, en lugar de brindar la posibilidad a todos.
Porque la idea de ganarse el puesto por el sólo hecho de ser hombre o mujer, también atrasa. En todo caso, todos tienen que tener la chance de competir.
Si el hombre denunciaba golpes, se le reían en la cara. Si la mujer denunciaba golpes, ni siquiera la escuchaban. Quizás, lo que la historia siempre nos mostró es que no nos enseñaron a convivir. A relacionarnos.
Nos enseñaron a procrear, que es distinto. No nos dijeron que el hombre tenía que lavar los platos: Era una tarea exclusiva de la mujer.
Hoy con todas las cartas sobre la mesa, resulta llamativo que aún no tengamos en las escuelas saberes de este tipo, con participación de la sociedad toda.
Me indigna que tengamos que informar nuevas muertes de mujeres a consecuencia de un asesino. Los femicidios siguen subiendo. Entiendo a las mujeres que salen con carteles y apuntan al sexo opuesto.
Pero no todos somos lo mismo. No se trata de una guerra de géneros. Se trata de lograr convivencia entre género, algo de lo cual nos falta mucho como sociedad.
Y es aquí el rol fundamental del Estado en todas sus dimensiones. Como ordenador de las cosas, debiera promover la posibilidad igualitaria para que, entre otras cosas, no tengamos más muertes. Para que las mujeres no crean que el hombre las mata por el sólo hecho de ser mujeres. Para que se sientan libres en lugar de valientes. Para castigar severamente a los asesinos. Y para separar a aquellos hombres que efectivamente queremos un trato igualitario en todas sus formas.
A veces me resulta hasta incómodo hablar esto. Y me pregunto ¿por qué?, si todos no somos lo mismo.
https://www.youtube.com/watch?v=yUsZfeH2h94&feature=youtu.be