¿Sirve congelar precios?

¿Sirve congelar precios?

Por Martín Sperati

El secretario de Comercio, Roberto Feletti, que dijo ser amigo del diálogo, tomó la decisión unilateral de congelar más de 1.200 productos de consumo masivo (alimentos, limpieza e higiene personal).

Una vez más aparece la pregunta: ¿sirve congelar precios?

Una cosa es que haya un plan económico que se vea condicionado externa o internamente, o con ambos problemas a la vez. Y otra muy distinta es que no lo haya, que se desprecie la posibilidad de poner en marcha uno y que se apele a medidas cortoplacistas en busca de efectos inmediatos, pero con consecuencias negativas o bien, incalculables, en el mediano y largo plazo.

Congelar los precios, tras desplazar a la funcionaria que habían defendido hasta el cansancio para bajar la inflación, Paula Español, y poner a otro viejo integrante del staff del peronismo como Roberto Feletti para apechugar las decisiones en contexto de campaña electoral, es lo que hay ahora sobre la mesa como parte de una serie de acciones inconexas, o que se tocan tangencialmente y que buscan un solo resultado: cambiar el humor social antes del 14 de noviembre, en que hay elecciones.

Es tan vieja la receta de anunciar un congelamiento de precios para mostrar cierta “autoridad” o “decisión” ante la sociedad que se mueve melancólica por la inflación incontenible, que hasta hay libros que indican cómo hay que decirlo, ejercerlo, ejecutarlo y salir de allí en cuanto se consiga el resultado esperado.

La idea está lejos de ser novedosa para la historia económica de la Argentina, atravesada por largos períodos de alta inflación, donde ya se probaron varias versiones de estos acuerdos, algunos exitosos a muy corto plazo, pero la mayoría con finales sumamente infelices.

Llegar a un intento de acuerdo de precios y salarios es como siempre el resultado de que no podés o no querés encarar el tema de fondo.

Si no se hace una reforma macro y fiscal racional, es tapar la olla por un ratito; es verdad que se puede hacer ganar una elección por un efecto placebo de bienestar, pero es un ingrediente más para seguir hundiendo agónicamente la economía”

Los acuerdos de precios y salarios han sido necesarios y han tenido un efecto notorio en los procesos de desinflación en el corto plazo. Sin embargo, en el mediano o largo plazo, todos han fracasado. Esto se debe principalmente al desequilibrio de las cuentas fiscales y externas, como consecuencia de que se intentan frenar determinadas variables nominales como el tipo de cambio o las tarifas, que no van en línea con el equilibrio sustentable de la economía de largo plazo y terminan en peores consecuencias para la economía en su conjunto”

Uno de los primeros acuerdos de este tipo se dio en 1952, durante el segundo gobierno de Juan Domingo Perón, con el llamado Plan de Estabilización en el marco del segundo Plan Quinquenal. 

En 1967, durante el gobierno de facto de Juan Carlos Onganía, se aplicó un congelamiento voluntario de precios centrado principalmente en productos industriales.

El tercer acuerdo, conocido como Pacto Social, fue impulsado por el ministro José Ber Gelbard en 1974, que arrastraba una inflación cercana al 80%. El Gobierno aplicó un programa de precios y salarios en el Acta de Compromiso Nacional, firmada por trabajadores, empresarios y el Gobierno. 

El plan funcionó, con un descenso de la inflación y crecimiento económico. Pero al poco tiempo, la falta de consistencia con una política monetaria y fiscal expansiva generó tensiones entre las partes del acuerdo y un fuerte retraso en las tarifas y el tipo de cambio, lo que desembocó en una marcada aceleración inflacionaria hacia mediados de 1975.

En 1977, el ex ministro de Economía José Martínez de Hoz estableció una “tregua” de precios por 120 días y una reforma financiera, pero al finalizar ese plazo, la inflación volvió y se produjo una recesión.

Ya en el gobierno de Raúl Alfonsín, en 1985, se lanzaron medidas para sanear el déficit fiscal y el compromiso de no financiar con emisión el déficit del sector público y se instaló al Austral como moneda, equivalente a $1.000. Para concluir el proceso, se consensuó un acuerdo de congelamiento de salarios, precios, tarifas y tipo de cambio, con lo que la inflación se redujo notablemente.

Sin embargo, la política de tipo de cambio se tornó insostenible, lo que llevó a una mayor incertidumbre y generó una espiralización de la tasa de inflación, que finalmente derivó en la hiperinflación de 1989.

En la historia argentina los controles de precios se hicieron en todo tipo de circunstancias. Gobiernos populistas, de derecha, dictaduras. Pero si tenés inconsistencia fiscal y monetaria, no hay controles de precios que puedan poner un freno. Es chocar siempre con la misma piedra.

El acuerdo de precios puede servir de anclaje de expectativas y dar algunos meses de desaceleración. Ahora no se sabe a qué velocidad se están moviendo los precios. Pero más tarde o más temprano, habrá una corrección de precios relativos. El año pasado, el tipo de cambio, las tarifas congeladas y la pandemia funcionaron como ancla. Ahora el programa se está quedando sin ancla”