Por Cristián Pablo Sperati.
Escuché muchas veces esa pregunta. De pequeño, responder una profesión era un desafío, a medida que transitaba la adolescencia se transformó en un calvario. El tiempo apremia, la secundaria se termina y algo había que hacer. El problema no era la respuesta, fue no haber entendido la pregunta. Leela de nuevo. Confundí el ser con el hacer, ¿te pasó lo mismo?
Y allí reside el nudo gordiano. Para poder saber qué hacer, primero debo saber qué deseo ser. Para buscar el mapa que me indique el camino correcto, primero debo tener en claro hacia dónde quiero ir. O al menos acercarme a él. Sobre todo en un horizonte tan complejo como lo es la vida misma.
En virtud de la noticia que circuló en los últimos días sobre la realidad de la secundaria y el escaso porcentaje de alumnos que terminan la misma en relación con aquellos que la inician, disparó en mí una serie de pensamientos al respecto. La secundaria, como la sociedad en general, ha evolucionado tanto que queda poco de aquella etapa que transité. Sin embargo, la esencia se mantiene.
En la (pre) adolescencia, el ser humano es atravesado por múltiples factores (biológicos, evolutivos, psicológicos, familiares, entorno, etc.) que convulsionan su subjetividad, su aparato psíquico, su estructura cerebral y, por consiguiente, su modo de ver el mundo que lo rodea. En ese torbellino físico y emocional, por necesidad propia, ellos comienzan a independizar sus acciones y pasiones del círculo familiar primario e instalarse en una tribu de pertenencia.
A los adultos se nos hace dificultoso comprender el cambio entre aquel/la niño/a y este/a “casi” adulto/a que se autopercibe “sabelotodo”. Y, como sabemos, ser un adulto significativo que toma con responsabilidad la educación, es una tarea de aprendizaje permanente. No hay estrategias, ni tips recomendables, ni pensamientos mágicos, ni libros de autoayuda que garanticen ciento por ciento el sano ejercicio de este oficio artesanal que es ser un buen cuidador.
Esa tensión existente entre el adolescente que exige libertad e independencia (manifiesto revolucionario permanente) y sus cuidadores, hace que no sepamos bien cuándo acompañar, cómo hacerlo correctamente y en qué momento dejar ser/hacer.
No es mi intención “bajar línea” de cómo proceder ante esta realidad evolutiva, sólo sugiero tener en claro que es una transición, que será constitutivo de su personalidad y que ellos/as (los adolescentes) deben escuchar que los amamos, con sus fortalezas y debilidades, con nuestros aciertos y errores; y que siempre, siempre, SIEMPRE, estaremos allí. Seremos su refugio, su contención, su hogar. No, amigos no seremos.
Soy su cuidador y eso exige responsabilidades que la amistad no me permitiría. Y que les quede claro, el límite también es amor. Amar también es decir NO cuando su accionar signifique dolor para sí o para terceros.
Por la experiencia de recorrer espacios educativos de adolescentes, confieso que he visto mucha “soledad” familiar, otro tanto de “desgano” personal y una liviandad emocional y vincular entre ellos. Esto último ocurre porque “no saben que no saben” que están atravesando una etapa de aprendizaje
maravillosa en su vida que no volverá y, que si tenés amigos y cuidadores positivos, la recordarás durante muchos años más y será un envión motivacional que te dispondrá para afrontar lo que venga, de la mejor manera posible.
De los adultos dependerá una adolescencia de aprendizaje y desarrollo personal positivo, con una equilibrada tolerancia a las frustraciones, un apego sano y la facultad de tomar decisiones y responsabilizarse por ellas. No es tarea fácil, la vida no lo es. Pero es apasionante. Y si no, los invito a hacer memoria.
¿Qué recuerdan de su adolescencia? Ah, ya sé. “Si no estudiás, vas a laburar, vagos no mantengo”. Frase recurrente que retumba en los finales de la secundaria. Suscribo que escucharla es un placer, sobre todo pensando en la suerte que tenés de elegir cuando, seguramente, alguno de tus futuros ex-compañeros no tendrán esa opción.
Les dejo una nota al pie, los cuidadores de adolescentes necesitamos auxiliarnos unos a otros, formar redes para extender la protección del hogar a otros espacios. No podemos solos, aceptar y otorgar ayuda, es un acto de madurez afectiva y emocional. ¿Vieron?, nosotros también maduramos junto a ellos.