Comentario editorial de Martín Sperati.
Les voy a leer algunos párrafos de un artículo que escribió la agencia Bloomberg.
“La inflación interanual en Argentina superó el 100% por primera vez desde principios de los 90 creando un espacio para un candidato trumpista”.
Un candidato independiente a la presidencia de Argentina gana adeptos al aprovechar la ira de los votantes en medio de la inflación galopante.
Sin señales de alivio a la vista, Javier Milei, un economista convertido en diputado, pero más conocido por sus combativas apariciones en televisión, encuentra ahora espacio para su retórica furiosa.
Una de las razones está en que la clase política argentina, profundamente polarizada, se encuentra en crisis, con la coalición peronista gobernante y la principal oposición desorganizada y sin identificar aún a sus respectivos candidatos presidenciales. Pero la verdadera ventaja de Milei es que ninguno de los bloques establecidos, populista o promercado, ha sido capaz de arreglar una economía que se precipita cada vez más hacia el abismo.
El mensaje de Milei de hacer estallar el sistema está calibrado para resonar en tiempos como estos, y el incesante flujo de malas noticias económicas corre a su favor.
Con casi el 40% de la población sumida en la pobreza, Milei se presenta como el salvador de una “revolución moral”. Sus respuestas al malestar son dramáticas, e incluyen reemplazar el peso argentino por el dólar estadounidense como moneda nacional y reducir drásticamente el gasto público. El economista ha sugerido, incluso, quemar el banco central.
Su estrategia electoral no es complicada: llegar a la segunda vuelta y encender la mecha. “Si nosotros entramos a la segunda vuelta, ganamos”, dijo Milei. “No importa quién sea el rival en la segunda vuelta, ganamos”.
Al principio escribía columnas de análisis y opinión de tono moderado. Luego fue invitado a la televisión como experto conservador. Tras las elecciones de 2019, que dieron como resultado una coalición peronista dividida, empezó a aparecer con más frecuencia en programas de entrevistas, donde sus furiosos intercambios con expertos de izquierda se hicieron virales. Sus charlas pronto pasaron de hoteles silenciosos a presentaciones al estilo rockstar.
A pesar de un número de seguidores en ascenso, Milei se enfrenta a una creciente resistencia por extralimitarse en sus funciones. Como presidente, eliminaría el recién creado Ministerio de la Mujer y una institución gubernamental de lucha contra el racismo. Dijo que anulará las leyes argentinas sobre el aborto porque lo considera un asesinato. Sus resultados en las encuestas cayeron el año pasado tras mostrarse partidario de la venta de órganos humanos y de la relajación de la normativa sobre la compra de armas en un país que carece en gran medida de armas de fuego domésticas.
Milei tiene pocos aliados políticos, y califica a los políticos de delincuentes, ladrones y criminales por gestionar mal la economía. Considera que la emisión de dinero que hace el Gobierno para financiar el gasto es un delito —no lo es— y propone una narrativa de líderes políticos enamorados de la alta inflación. Para dolarizar la economía, sugiere impulsar una especie de referéndum que no requiera la aprobación del Congreso, y dijo que enjuiciará a cualquier legislador que no acate el resultado.
Hasta ahí algunos párrafos de la agencia Bloomberg.
¿Qué podemos analizar de todo esto?
En principio, Milei refleja el fracaso de la clase política en nuestro país. Para estar hablando de él, evidentemente vienen haciendo mal las cosas.
A Milei lo empiezan a mirar ricos y pobres. La pregunta es si la ciudadanía podría aceptar ser conducidos por una persona con las características descriptas.
Alguien dijo por ahí: “Un Milei con 5 puntos es algo divertido. Un Milei con 10 puntos es un problema para Cambiemos. Un Milei con 15 puntos es un problema para todos”.