Mama Antula fue una laica consagrada que hizo los votos de castidad y pobreza, pero no de obediencia.
Suele vincularse la santidad de una mujer con la imagen de una monja serena y orante, encerrada en un convento. O de una laica sumisa ante la autoridad clerical y las reglas de su época, sin influencia en la sociedad que le tocó en suerte. Todo lo contrario al perfil de María Antonia de Paz y Figueroa -popularmente conocida como Mama Antula– quien desde este domingo será reconocida como la primera santa nacida, santificada y muerta en lo que sería suelo argentino. Será canonizada en una ceremonia presidida por el Papa Francisco y que contará con la presencia, en primera fila, de Javier Milei, jefe de Estado argentino.
Es que Mama Antula fue una mezcla de rebeldía y coraje. De hecho, fue una laica consagrada -no una monja- que hizo los votos de castidad y pobreza, pero no de obediencia. Y que tras la expulsión de los jesuitas de los territorios de la colonia española por parte del rey Carlos III, decidió seguir organizando los célebres ejercicios espirituales ignacianos en el norte, luego en Buenos Aires y, finalmente, en Uruguay, cuando la sola mención de los seguidores de Ignacio de Loyola era mala palabra para las autoridades españolas y la propia Iglesia.
En tiempos en que la mujer estaba relegada y sus opciones eran ser esposa o monja, se enfrentó al virrey y al obispo de Buenos Aires. Llegó a ser tildada de bruja, fanática y loca y hasta fue recibida a piedrazos cuando entró en la capital del virreinato del Río de La Plaza. Fue luego de haber organizado los ejercicios espirituales en lo que hoy son las provincias del norte y Córdoba. Mama Antula lideraba retiros de diez días con la participación de cientos de personas con alojamiento y comida. La primera santa argentina también quiso realizarlos en Buenos Aires.
Mama Antula había nacido en 1730 en el pueblo de Silípica, en Santiago del Estero. Miembro de una familia acomodada de encomenderos, recibió, además de formación cristiana, la mejor educación de la época. Sin embargo, a los 15 decidió ir a vivir con los jesuitas para ayudar a los más desposeídos, tomó por nombre María Antonia de San José y entonces aprendió a organizar los célebres ejercicios espirituales ignacianos, hasta que, en 1767, Carlos III expulsa a los jesuitas y luego el Papa Clemente XIV suprime a la orden religiosa.
Mama Antula, con 38 años, decidió seguir adelante con los ejercicios espirituales, aunque no obviamente con los sacerdotes jesuitas, y logró lo que parecía imposible: que el obispo de la gobernación del Tucumán, que abarcaba varias provincias del norte, la autorizara. Cautivadas por su carisma, muchas mujeres la acompañaron en su cometido de establecer su primera casa de retiros en su tierra natal, donde se evidenciaría su espíritu de integración con todos, sin diferencias de ningún tipo.
“En su casa participaban todas las clases sociales, desde los virreyes hasta los esclavos, todos compartían el mismo espacio y la misma comida”, cuentan las historiadoras Nunzia Locatelli y Cintia Suárez, autoras Mama Antula: la primera santa de Argentina. “Las grandes señoras servían a las campesinas, algo impensado para aquel tiempo donde las clases no se mezclaban y hasta caminaban por diferentes veredas”, señalan. Y completan: “Este logro la convirtió en la precursora de los derechos humanos en la Argentina”.
Tras vencer, finalmente, la oposición del virrey y del obispo de Buenos Aires, al éxito de concurrencia a los ejercicios espirituales obtenido en el interior, se le sumó el de la capital del virreinato. En 1788 ya habían participado setenta mil personas, entre los que se contaban futuros miembros de la Primera Junta como Cornelio Saavedra, Manuel Alberti y Mariano Moreno. Se convirtió, además, en mujer de consulta de muchas personalidades y hasta introdujo en estos lares la devoción a San Cayetano, patrono del pan y del trabajo.
Según la creencia católica, a Mama Antula se le atribuyen varias situaciones sobrenaturales como estar dos veces en un mismo lugar (bilocación), tener visiones sobre el futuro -anticipó las Invasiones Inglesas- o multiplicar la comida que distribuía entre los pobres. Y se convirtió en una persona de consulta de muchas personalidades de la época, que apreciaban -junto con su compromiso religioso- su concepción de la libertad como derecho esencial de toda persona. Su muerte sobrevino el 7 de marzo de 1799. Sus restos descansan en la iglesia porteña de La Piedad.
La causa de canonización -la primera de la Iglesia argentina- se inició en 1905. Inexplicablemente -acaso simplemente por desidia- su tramitación se demoró hasta que en 2010 -durante el pontificado de Benedicto XVI- alcanzó la primera etapa del proceso: fue declarada Venerable, tras estudiarse minuciosamente su vida y las decenas de cartas que les escribió a sacerdotes y conocidos -que la llevaron a ser considerada la primera mujer escritora de suelo argentino– y concluirse que había vivido las virtudes cristianas en grado heroico.
Restaba la comprobación de un milagro de Dios por su intercesión para que fuese declarada beata. Se trató de la curación de una religiosa en 1904 que padecía una sepsis generalizada, por lo que fue beatificada en 2016 en Santiago del Estero. Finalmente, se estableció un segundo milagro, la curación en 2017 de un docente santafesino con un ACV, que posibilitó su canonización este domingo. El favorecido, Claudio Perusini, viajó al Vaticano para asistir a la ceremonia.
Queda en Buenos Aires como testigo de la obra de Mama Antula “La Santa Casa de Ejercicios”, que ella logró levantar, ubicada en la avenida Independencia y Lima, junto a la 9 de Julio, el edificio colonial en pie más antiguo de la ciudad. Y, como dice el arzobispo de Buenos Aires, Jorge García Cuerva, una serie de actitudes que los argentinos deberíamos imitar como integrar al que piensa diferente en un clima de fraternidad, sin perder la alegría. Y no bajar los brazos ante la adversidad.