Javier Milei en modo casta

Javier Milei en modo casta

Por Martín Sperati

En estos días, la Argentina parece estar obligada a observar cómo su propio presidente, en lugar de cumplir con las funciones esenciales que su cargo demanda, se ha sumergido en una campaña que distrae y desatiende las tareas prioritarias del Estado. La imagen de un mandatario que se pone la camiseta del discurso oficialista, en modo campaña permanente, revela no solo una obsesión con la confrontación política, sino también una peligrosa desconexión con la realidad que atraviesa el país.

Lejos de centrarse en la gestión de las múltiples crisis que nos azotan—desde la inseguridad, la economía que no arranca, la pobreza y la atención en temas sensibles para el futuro del país—, el presidente parece haber decidido que su rol es ser la cara visible del capricho electoral, poniendo la campaña ante las responsabilidades de Estado. Es un cambio de prioridades que evidencia una actitud que sólo puede describirse como “modo casta”: esa misma casta que tanto critica cuando se lo escucha.

Este comportamiento no solo perjudica la gobernabilidad, sino que también socava la confianza de la ciudadanía en quien, en teoría, debe liderar con decisiones concretas. En lugar de diálogo y soluciones efectivas, vemos un presidente que parece más interesado en mantenerse en el centro de atención, en la guerra política, que en atender las urgencias que afectan cada día a día a millones de argentinos.

Este modo de hacer política, en donde la gestión queda en segundo plano y la campaña ocupa el primer lugar, nos remite a un escenario que parece repetirse en la historia argentina: el de los líderes que, en busca de mantener el poder, se convierten en prisioneros de la propia estrategia electoral, dejando de lado las políticas públicas necesarias para sacar al país adelante. La diferencia hoy radica en que la ciudadanía esperaba, quizás con un poco más de paciencia, un gobierno que priorizara la dirección del país en medio de las crisis; en cambio, lo que presenciamos es una suerte de puesta en escena constante, una teatralización de la política que no resuelve los problemas reales.

En definitiva, si el liderazgo en Argentina necesita de una lección, es que no hay mejor política que aquella que asume sus responsabilidades con seriedad y compromiso. La campaña puede esperar, pero las urgencias del país no pueden seguir postergadas. La ciudadanía exige, con razón, un liderazgo que deje de lado la estrategia electoral permanente y que se ponga a trabajar en las soluciones que todos necesitamos.

La obra de gobernar requiere más que discursos y campañas permanentes; requiere compromiso y sobriedad, cualidades que parecen ausentes en un gobierno que, en lugar de avanzar, se ha quedado en modo campaña perpetuo.

Es hora de que los líderes pongan los pies sobre la tierra, asuman sus responsabilidades y trabajen por el país que todos queremos. La política no puede ser solo una cuestión de imagen, sino una verdadera herramienta de cambio y progreso. Y en ese camino, el presidente debe dejar de jugar al candidato para ponerse a gobernar en serio.

Fin.