Por Martín Sperati
En el complejo escenario económico argentino, la figura del actual ministro de Economía, Luis Toto Caputo, ha sido objeto de análisis y controversia, especialmente en relación a los préstamos que ha gestionado y su impacto en la estabilidad del dólar y la economía nacional. La política de mantener un dólar planchado, o sea, con una intervención estatal en el mercado cambiario, ha generado debate sobre quiénes se benefician y quiénes parecen pagar el costo.
Por un lado, algunos sectores afirman que el control del dólar y los préstamos gestionados por Caputo sirven para estabilizar la economía en un contexto de incertidumbre global. La idea sería evitar la fuga de capitales, reducir la inflación y garantizar cierta previsibilidad en las tarifas y precios esenciales para la población. En este sentido, los préstamos internacionales y las políticas de dólar firme pueden interpretarse como medidas que buscan mantener cierta calma social ante la volatilidad.
Sin embargo, en una mirada más crítica, emergen varias inquietudes. La primera es quién realmente se beneficia de esta estrategia: las grandes corporaciones, los bancos y los sectores vinculados a los mercados financieros parecen ser los principales ganadores, ya que mantienen su poder de compra y su rentabilidad en un contexto donde el dólar no se devalúa abruptamente. El pueblo, en cambio, empieza a pagar el costo en términos de mayor agotamiento del poder adquisitivo, pérdida de salarios reales y dificultades para acceder a bienes de consumo esenciales.
Por otro lado, la dependencia excesiva de préstamos internacionales y la intervención constante en el mercado cambiario generan una carga adicional para las futuras generaciones, que deberán afrontar el pago de esas deudas sin una estrategia clara y sustentable a largo plazo. La mentira de que el dólar planchado puede ser una solución definitiva se desvanece: solo pospone los problemas, enmascara las tensiones internas y refuerza un modelo que favorece a unos pocos en detrimento del derecho social a una economía estable y equitativa.
El dólar planchado y los préstamos parecen estar diseñados para mantener una fachada de estabilidad mediática, pero en realidad profundizan las desigualdades y consolidan un esquema donde los beneficiados son los sectores financieros y económicos que controlan los hilos del poder, mientras la mayoría sufre las consecuencias de una política que prioriza intereses particulares sobre el bienestar general.