En los 13 capítulos del gran libro ‘El arte de la guerra’, adjudicado al militar chino Sun Tzu, quien, en caso de haber existido, vivió allá por el siglo VI a. C., se analizan varios aspectos de la virtud del prehistórico arte de matarnos entre humanos.
Por Oleg Yasinsky
Para RT
Pero más allá de cualquier ironía posmoderna, el texto, con precisión y sabiduría, trata los más importantes asuntos bélicos, incluidos los factores de la economía, la inteligencia, el terreno, la energía y otros que definen la victoria o la derrota. ‘El arte de la guerra’ de Sun Tzu expone los principales elementos que fueron estudiados y aplicados por militares y políticos de varias épocas, menos uno, practicado en nuestros tiempos por la OTAN, el brazo armado del Occidente colectivo, siendo el principal ingrediente de su cocina bélica. Esta herramienta se llama ‘chantaje’.
A pesar de la desmemoria oficial, diseminada generosamente por los principales medios de comunicación del mundo, tal vez alguien se acuerde todavía del punto clave que precedió al conflicto armado en el centro de Europa, cuando el Gobierno de Moscú y toda la gente del mundo mínimamente cuerda clamaba por algún acuerdo entre Rusia y la OTAN, que estaba llenando Ucrania con armas y laboratorios biológicos. El presidente ucraniano, Vladímir Zelenski, el 19 de febrero de 2022 en la Conferencia de Seguridad de Múnich, planteó que su país podía “reconsiderar la renuncia a poseer armas nucleares”, anulando el Memorándum de Budapest de 1994, que obligaba a Ucrania a renunciar a estas armas. ¿No sería esto la última gota que definió la decisión rusa de iniciar la operación militar especial antes de que fuera demasiado tarde?
Si observamos atentamente todas las declaraciones, y, sobre todo, todas las acciones de los gobiernos europeos y de Rusia, fácilmente nos daremos cuenta de que este conflicto, desde que se inició, gira en torno a las armas nucleares, o sea, las garantías mutuas de su no uso, en medio de una confianza hecha trizas.
Más allá de las bellas declaraciones, podemos ver la actitud militar de los países de la OTAN en las últimas décadas y su imparable acercamiento a las fronteras de Rusia, junto con la permanente retórica antirrusa en la prensa y un claro curso para la desestabilización de su Gobierno. Después del golpe de Estado en Ucrania, presentado al mundo democrático como la “revolución de la dignidad”, los EE.UU. y el Reino Unido, a través de los mecanismos coloniales de la integración europea y de la OTAN, obtuvieron una plataforma ideal para provocar y desestabilizar a Rusia. Ucrania, perdiendo los restos de su independencia económica y política, y a un paso de la destrucción de su Estado, se convirtió en el único proyecto buscado allí por Occidente, ser la anti-Rusia.
Es curioso, que solo hace unos 30 años, lo poco que se conocía de Ucrania en el mundo eran su famoso club de fútbol Dínamo de Kiev en los tiempos soviéticos y la tragedia de Chernóbyl, que significó el inicio del fin de la URSS. Pero para el mapa mental de la mayoría de los habitantes del planeta, Ucrania siempre fue una parte de Rusia, y el nuevo discurso oficialista ucraniano a partir de 1991, año de su independencia de la Unión Soviética, sonaba raro y discordante. En aquellos tiempos se solía enfatizar que “Ucrania no es Rusia“. Pero pocos imaginaban que esta iba a ser la parte inicial de la construcción de otro proyecto político.
La catástrofe nuclear del cuarto reactor de la planta nuclear de Chernóbyl, ubicada por línea recta a unos 100 kilómetros de Kiev, tuvo varias lecturas. La más burda, llena de manipulaciones y caricaturas ridículas, la conocemos por la miniserie del mismo nombre.
Pero más allá de eso, fue la primera gran advertencia para la humanidad de los riesgos del progreso tecnológico. También fue uno de los mayores ejemplos de solidaridad, verdadero heroísmo y capacidad de movilización de un país entero, todavía con valores soviéticos. Tenía que pasar en Ucrania, justo 5 años antes de su independencia. A nadie en aquel entonces se le pudo pasar por la mente que al país le esperarían otras tragedias, mucho peores que la de Chernóbyl y que los muchachos ucranianos y rusos, nacidos después de la explosión del cuarto bloque se enfrentarían con armas en este territorio lleno de otras centrales nucleares, que la vulnerabilidad de lo que llamamos progreso sería otro objetivo del chantaje occidental, disparando y enviando drones con explosivos, contra las centrales atómicas controladas por las fuerzas rusas.
Todo esto, con la complicidad de la Agencia Internacional de Energía Atómica, que ve solo lo que le conviene al poder mundial, junto a la cínica y acostumbrada irresponsabilidad de los medios europeos, que alertan al mundo sobre los riesgos de “los ataques rusos contra las plantas nucleares”.
Recordando ya las clásicas mentiras oficiales sobre las “armas de destrucción masiva” de Sadam Hussein, los “ataques químicos” de Bashar al Assad y hasta el inicio de la invasión a Vietnam, que empezó en 1964, con un “ataque vietnamita” contra los buques de guerra estadounidenses en el golfo de Tonkín, que nunca sucedió.
Porque sabemos que en estos tiempos las pruebas ya no se requieren y no son argumentos. Igual después con total descaro dirán ‘Sí, cierto, fuimos nosotros. Sí, la verdad no hubo armas químicas’ y se jactarán de su astucia…. Por eso la noticia de la posible venta a Ucrania de cazabombarderos F16, capaces de portar armas nucleares, ponen al actual conflicto armado con sus múltiples riesgos, en un nuevo plano. Estos aviones pueden despegar con armas nucleares solo desde Polonia u otros países limítrofes de la OTAN. Si son derribados en su vuelo sobre Ucrania hacia Rusia, se produciría el efecto que parece buscar Occidente: una explosión nuclear en Ucrania con Rusia como culpable. ¿Realmente buscan pasar a este nivel del conflicto? ¿Resetear de una vez todo?
Por suerte, creo que, con toda la irresponsabilidad y la locura de los pretendientes a dueños del mundo, existe una limitante. Algo que impidió hasta ahora desatar una hecatombe nuclear y que nos da la esperanza de que podremos evitarlo. Es su miedo al conflicto nuclear mundial, ya que incluso desde su infinita irresponsabilidad, entienden todavía, que esto podría poner fin a sus planes. Es la razón por la que Ucrania jamás será aceptada en la OTAN. Es la explicación de por qué durante la aventura de los Wagner en su “marcha” hacia Moscú, Ucrania no contraatacó con más fuerza por toda la línea de combates. De hecho, mientras algunos en Kiev celebraban el “inicio de la guerra civil en Rusia“, el fuego ucraniano contra Rusia disminuyó notoriamente. El Ejército ucraniano sigue las órdenes de sus amos. Sus amos seguramente se asustaron con la posibilidad de una pérdida de control sobre los arsenales nucleares rusos y decidieron no echar más leña al fuego.
Yo jamás propondría el chantaje nuclear como un eje de la política internacional. Voy a otra cosa: se hace evidente que la única constancia del comportamiento de Occidente hacia los países no sometidos es el chantaje. Por eso también la única manera de ganar (la paz en este caso) es abandonando la lógica del enemigo, para que su repetitiva mirada al espejo se convierta en una trampa para él mismo. Y luego, tal vez, se avanzará hacia algo más interesante, por ejemplo, un futuro.