Columna de opinión por Cristian Riom, analista de política internacional.
Por Cristian Riom
El mundo tal como lo conocemos es el resultado del fin de dos grandes conflictos: la Segunda Guerra Mundial, de donde surgió el sistema de las Naciones Unidas, y la Guerra Fría, que dejó al descubierto el espacio post-soviético. En la actualidad, estamos presenciando lo que parece ser una reestructuración del sistema mundial.
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Los intentos de Estados Unidos de ocupar áreas de influencia tradicionalmente lideradas por Rusia han derivado en choques diplomáticos y guerras abiertas, como en el caso de Georgia, Ucrania (ex repúblicas soviéticas) y Siria en Medio Oriente.
A pesar de las señales de progreso, como el acuerdo entre El Líbano e Israel en 2022 sobre sus límites marítimos y la explotación de recursos gasíferos, la llegada de Benjamin Netanyahu como primer ministro israelí en 2023 socavó cualquier acercamiento con actores regionales que la derecha israelí percibe como enemigos.
El 7 de octubre de 2023, el MOSSAD, uno de los servicios de inteligencia más prestigiosos del mundo, no pudo —o no quiso— prevenir la incursión de HAMAS, que resultó en una masacre de jóvenes israelíes y el secuestro de cientos de ellos.Este hecho fue el “casus belli” para que el gobierno de Israel iniciara un devastador ataque sobre Gaza, reduciendo la zona a escombros y provocando la muerte de más de 40,000 palestinos, incluidos miles de niños.
Un año después del inicio de estas hostilidades, el conflicto ha escalado a un escenario regional más amplio. Israel ataca simultáneamente El Líbano, Siria y Yemen, mientras que Hezbollah y fuerzas yemeníes responden. En este contexto, se teme un inminente ataque de Irán.
El Medio Oriente es hoy un polvorín. En un territorio relativamente pequeño, se concentran tropas rusas, turcas, estadounidenses, además de grupos armados como los kurdos, ISIS, hutíes y talibanes, entre otros.
La probable intención de Israel de escalar el conflicto a nivel regional parece estar dirigida a eliminar de forma definitiva las amenazas a su seguridad, incluyendo un cambio de régimen en Irán. Sin embargo, esto conlleva el peligro de desatar un conflicto global, dada la estrecha relación entre Teherán y Moscú. Rusia, por su parte, ha demostrado en Siria que no permitirá cambios que comprometan sus intereses en la región.
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Turquía teme que un cambio en el equilibrio regional afecte su posición y desencadene una nueva crisis migratoria hacia sus fronteras. Estados Unidos, por su parte, ha utilizado históricamente a Israel como un representante de sus intereses en la región, apoyando tanto política como militarmente las acciones de Netanyahu. Esta estrategia es similar a la que la administración demócrata ha aplicado en Europa con respecto a Rusia.
No surgirá un nuevo orden mundial como el que Estados Unidos, Israel y el Reino Unido imaginan sin un costo de millones de vidas humanas. La alternativa sería un cambio político significativo. Donald Trump ha expresado en numerosas ocasiones su oposición a la guerra en Ucrania, y su buena relación con Putin podría contribuir a pacificar tanto Europa como el Medio Oriente. Del mismo modo, gobiernos más moderados en Israel han demostrado que es posible alcanzar acuerdos de paz.
Estamos al borde de un conflicto global de proporciones nunca vistas. Las raíces de este riesgo se encuentran en dos conflictos diferentes pero relacionados. Ahora, más que nunca, es crucial que los líderes asuman una responsabilidad comprometida con la paz. Desde la ciudadanía, es fundamental abandonar los discursos de odio y las posturas radicales, que solo sirven como caldo de cultivo para los enfrentamientos.