Se coronó campeón con Inter Miami y se convirtió en el futbolista con más títulos de la historia a las pocas semanas de llegar a los Estados Unidos. Abrió el marcador en la final y marcó el camino al conquistar el primer penal de la extensa tanda que consagró al equipo que dirige Martino
Por Cherquis Bialo para Infobae –
Para un atleta cuya performance pudiera registrarse por cronómetro o por medida, superar un récord sería alcanzar el máximo objetivo de su existencia deportiva. Ahí está su imagen fotografiada para siempre, en el panteón de la historia inamovible. Sin embargo a veces resulta cruel e injusto el destino memorioso para mujeres y hombres que alcanzaron aquel éxtasis y hoy hay que ir en procura de ellos para saber cuáles fueron, de quienes se trató…
El récord dura en el recuerdo popular lo mismo que el candor una rosa, la flor más bella; apenas una semana o a lo sumo dos cual mariposa fulgurante. Veamos simples ejemplos: el actual campeón de los 100 metros llanos –vaya prosapia- es Fred Kerley pero el inequívoco referente es Usain Bolt. Y más atrás en el tiempo épico del romancero atlético el famoso J.C Owens, quien al ganar su prueba en los Juegos Olímpicos de Berlín en 1936 obligó a Hitler a ponerse de pie y aguardar respetuosamente el izamiento de la bandera norteamericana al conjuro de los sones de su himno. La eternidad la ofrece la historia antes que las marcas.
¿Alguien se animaría a discutir a Schumacher o a Hamilton con 7 títulos mundiales en la F1 o al monstruo Verstappen que se nos viene? Imposible. Pero el referente de todos ellos es Fangio. Eso es eternidad. Los grandes no requieren de records para alcanzar la categoría de paradigmas: Muhammad Alí, Diego, Pelé no necesitan de estadísticas; serán siempre grandes pues fueron los mejores sin la minuciosidad de cantidad de peleas o de goles o de títulos. Son los autores de sus propias leyendas. Los dioses intocables de una feligresía irredenta.
Lo de Messi es también así pero aún menos controversial pues sobre el unánime concepto de su inigualable magnitud se le agregan los números. Más aún se diría que él no busca los récords sino que éstos lo buscan a él y él los logra naturalmente. Resultan de la suma de actuaciones cada vez más valoradas sin que ellas constituyan el fin de sus hazañas. No se las propone, son su hoy feliz y glorioso; merecido y disfrutado.
Valdrá la pena insertar un breve inciso de experiencia personal para explicar este hecho sorprendente que acaba de producirse con el nuevo récord de Messi en la MSL. Y es que siendo un adolescente tuve la oportunidad de ver los “gloriosos regresos” de dos protagonistas “eternizados” en el reconocimiento universalizado del fútbol argentino. No importaba de qué cuadro fueras hincha; antes bien, se trataba de tu ecuanimidad para disfrutar del juego excelso de los grandes maestros.
Fue así que cuando José Manuel Moreno, “El Charro”, regresó a la Argentina y tras pasar por Boca a comienzos de los 50 logré que mi madre me diera permiso para ir a la cancha de Ferro sólo para ver al enorme Moreno. Por entonces yo tenía 13 años y me sentía un privilegiado de ver a aquel monstruo de la Máquina de River, quien volvía al país tras convertirse en ídolo del futbol mexicano. Moreno fue además un jugador amado por la tribuna de Boca. Qué caso tan bellamente curioso… Eran aquellos lujos sociales lujos de antaño… Y un año más tarde, en el 54 ya como hincha de San Lorenzo extendía el viaje del tranvía 84 que tomaba en Gaona y Terrada, mi viejo barrio de Flores y me llegaba a la Avenida La Plata para caminar las 14 cuadras desde Rosario hasta Inclán donde quedaba el Viejo Gasómetro, la mejor cancha de Buenos Aires para ver y disfrutar del fútbol. Allí, en el preliminar de la Reserva jugaba René Pontoni quien volvía de enamorar a los colombianos. Idolo de todos nosotros, los “cuervos”, incluyendo al cura Jorge Bergoglio con quien alguna vez nos miramos satisfactoriamente atónitos tras alguna jugada de Pontoni. Sí, se llamaba René, “…no podía llamarse de otra manera pues también era un nombre aplicable a la ternura femenina con la cual trataba a la pelota”, tal como alguna vez lo escribiera mi amigo El Veco en El Gráfico.
Eran destellos de Moreno para ver como pasaba el balón filtrado entre los defensores para que Lugo o Garabal quedaran mano a mano con el arquero adversario. Toques magistrales. Iguales a la de Pontoni quien con la rodilla izquierda sujetada levantaba la cabeza para ver por dónde andaba el pibe Sanfilippo a quien le enseñó el oficio de enorme goleador señalándole con las manos los espacios huecos por donde hallaría el balón listo parta rematar y marcar.
Era a todo cuanto aspirábamos pues Moreno y Pontoni giraban alrededor de los 35 años y con tres o cuatro jugadas y sin correr hacían las delicias de los hinchas. Nos íbamos satisfechos de la canchas… Habíamos visto magia en tres pases y dos gambetas. Y en los tiempos futuros otros cracks superarían aquellas expectativas con mejores despliegues físicos. Que sé yo: Diego, Verón, el Chori Domínguez, Cavenaghi, Maxi Rodríguez, los Milito, Roman, Cani… tantos, docenas. “Pero ojo -decíamos entonces- no le pidamos demasiado, pues pasan los 30 y vienen a dar su amor por la camiseta…”.
Es entonces cuando al verlo a Messi hoy con 35 pidiéndola siempre, rematando los tiros libres, jugando los 90 minutos, picando como en el Barcelona de los primeros tiempos para que el Inter de Miami instale la idea de agregarle pasión a la admiración que por ahora sólo él provoca, hay que emocionarse. Messi corre, indica, pide, señala, interlocuta con el árbitro, lidera a sus compañeros. Más aún siembra con su magia el intento de apasionar a los aficionados norteamericanos. Eso tan difícil, costoso y prolongado que no lograron ni Pelé, ni Beckenbauer, ni Chinaglia, ni Cruyff ni tantos otros grandes.
Por cierto que la misión no será fácil. Por empezar el fútbol – tal como se lo denomina en todo el Mundo- no se llama fútbol en los Estados Unidos –es el Soccer sustantivo al que nos estamos acostumbrando- porque la NFL (National Football League) tiene los derechos exclusivos registrados de la palabra para su apasionante torneo de fútbol americano. Esta y las otras grandes ligas como de NBA, Hockey, Beisbol y hasta el boxeo, siempre han visto al fútbol o soccer como un competidor potencial de lo que en los 70 era la torta a repartir entre las cadenas de aire, más tarde en los cables deportivos, luego en el PPV y ahora en las diversas plataformas. Es por ello que lo que está logrando Messi con el Inter desde Miami se va perfilando como el comienzo de un proceso milagroso. No será él quien habrá de consumarlo pues no existe fútbol sin pasión y la pasión excede a por lo menos tres generaciones. Pero haber pasado de la curiosidad al asombro y del asombro a la admiración en tan poco tiempo resulta ampliamente prometedor. Y convertirse en noticia e imagen diarias de los principales medios de los Estados Unidos mucho más.
Anoche volvimos a verlo. Abriendo el marcador con ese gol que maravilló a todos. Y luego tomando la responsabilidad del primero de los 22 penales que le daría el título al Inter Miami. No iba en procura de ningún record aunque lo haya conseguido pues como para todos los grandes de cualquier tiempo las cifras son una consecuencia de los logros y no un fin. Y Messi como otros grandes no se explica en cifras. Tiene un significante epopéyico que es el de su propia historia. Los dioses no dependen de un gol más o de un nuevo título: su eternización quedó asegurada por aquellos días felices de imposible olvido.
Disfrutemos de este prodigio y acompañemos su merecido momento ya que Messi no es feliz porque gana, sino que gana porque es feliz.