Por Ernesto Tenembaum.
El Presidente habla frente a un nutrido grupo de empresarios.
Anuncia, en medio de un largo discurso:
-Ahora viene una pequeña parte en la cual voy a hablar en latín, como diría el profe De Pablo. Es decir, me voy a rajar una tremenda puteada.
Se escuchan tibios aplausos, unas risitas, hay algo de desconcierto en la platea. El Presidente, entonces, explica: “Tiene que ver con los imbéciles que dicen: ‘Ah bueno, pero ahora se acumulan menos reservas y como se acumulan menos reservas, el gobierno no va a poder pagar’”. A primera vista, quienes dicen eso no parecen imbéciles. Es razonable pensar que sin reservas se complique el pago de una deuda.
Pero el Presidente no fundamenta. Simplemente, cumple con la promesa de hablar en latín:
-Lo que me están diciendo es que los dólares los tengo que comprar con emisión monetaria, es decir, esa manga de hijos de remil puta…
Súbitamente, los asistentes interrumpen con aplausos: les gustó el insulto.
El Presidente continúa:
-Lo que me están diciendo es que yo le rompa el culo al pueblo argentino con impuesto inflacionario para pagar la deuda. ¡Por eso son unos tremendos hijos de remil puta!
Ahora los aplausos se transforman en una ovación. La algarabía es total.
¿Por qué insulta? ¿Por qué su auditorio aplaude los insultos?
Esa escena se produjo el jueves, al final de una semana en la que Milei desplegó una inusual intensidad aún para su propio registro. Milei calificó a Juana Viale como “Operadora KK” y cómplice de Alberto Fernández. Llamó hipócrita a Diego Leuco por haber contado recién ahora una anécdota donde describía a Fernández como un personaje violento. Denunció sin ninguna prueba que una decena de periodistas habían encubierto las golpizas a Fabiola Yañez: entre ellos Jorge Fontevecchia, Joaquín Morales Solá, María Laura Santillán, Maru Duffard, Diego Sehinkman, Luciana Geuna, el autor de esta nota. Retuiteó fotos de mujeres a las que definió como “las pautas del poder” en el mismo momento que ellas eran acusadas por sus huestes en las redes por haber concurrido a Olivos para mantener intercambios sexuales con Fernández. Acusó a Tamara Pettinato de ser una prostituta. Sostuvo que la cárcel es el lugar ideal para los progresistas porque allí hay “mucho sexo gay”. Hasta altas horas de la noche difundía mensajes de odio, insultos y noticias falsas contra periodistas, “boluprogres”, “bienpensantes” y personajes políticamente moderados “sobre los que solo nos queda vomitarles encima”. Así, textual.
La seguidilla era complementada por un guión fácilmente detectable. Si la agresión presidencial era respondida por el aludido, un ejército de tuiteros replicaba algún material rápidamente provisto, que servía para intentar humillarlo en las redes exhibiendo que era homosexual, o que había sido terrorista, o que era maltratador de mujeres. Dicho sea de paso, eso revela que hay mucha gente recortando el pasado de muchas personas en estos tiempos, para exhibirlo deformado apenas alguien exponga un punto de vista distinto al del Líder.
Todo era falso. Ni los periodistas aludidos habían ocultado nada, ni Leuco o Viale fueron jamás cómplices de nada, no había entre ellos ningún ex terrorista, y si había algún gay, ¿con eso qué? El plan económico ha tenido la gran virtud de bajar la inflación al nivel de hace 30 meses, pero al mismo tiempo generó un diez por ciento de pobres en 3 meses. Esto último es un récord para cualquier plan económico. No debería haber motivos para calificar como un “hijo de remil putas” a alguien que plantee dudas sobre el tema.
¿Por qué lo hace? ¿Por qué miente e insulta de esta forma? ¿Qué le pasará a este hombre que trata a Diego Leuco de kirchnerista o acusa a mujeres al boleo de tener sexo en la quinta de Olivos? ¿Será consecuencia de su personalidad o hay algo más? Tamara Pettinato expresó a su manera su perplejidad: “¿Está bien que un presidente me diga prostituta? ¿Es normal eso?”. La dura respuesta es que tal vez lo sea. O, por lo menos, es algo más habitual de lo que parece.
En el año 2019, cuando Javier Milei aún no había decidido ser candidato a nada, un prestigioso politólogo italiano, llamado Giuliano da Empoli publicó un texto fascinante llamado Los ingenieros del Caos. Da Empoli explica en ese texto las técnicas desarrolladas por los cerebros de las campañas electorales que llevaron al Reino Unido a salir de la Unión Europea o depositaron en el poder a personajes muy disruptivos como Donald Trump en Estados Unidos, Viktor Orbán en Hungría, o dispararon la popularidad del cómico Beppe Grillo, en Italia. En todos esos procesos, hay palabras que se repiten: insultos, fake news, operaciones en redes, enojo, algoritmo. “No hay insulto o broma demasiado vulgares si contribuyen a la demolición del orden dominante”, dice el autor.
Da Empoli explica que la estrategia de esos movimientos políticos se apoya en un insumo básico: la ira, el enojo, el resentimiento. “Un sentimiento irreprimible corre a través de todas las sociedades alimentado por aquellos que, con razón o sin ella, creen que están siendo perjudicados, excluidos, discriminados o a duras penas escuchados”. Luego explica que esa cólera, tradicionalmente, era canalizada a través de la Iglesia o de la izquierda. Pero hoy no hay nadie que la contenga. “Como consecuencia, desde inicios del siglo XXI la ira se ha expresado de manera cada vez más desorganizada”.
Por eso, “la jugada no consiste ya en unir a la gente en torno a un mínimo común denominador sino, en cambio, inflamar las pasiones del mayor número posible de grupúsculos y sumarlas a continuación, incluso sin que estos lo sepan. Al azuzar la ira de cada grupúsculo sin preocuparse por la coherencia del conjunto, el algoritmo destruye las viejas barreras ideológicas y rearticula el conflicto político sobre la base de una oposición maniquea entre “el pueblo” y “las elites”. Lo que importa aquí es la articulación de todos los enojos contra el estado de cosas y no una propuesta alternativa que unifique.
Así, la nueva propaganda política “se alimenta principalmente de emociones negativas porque éstas aseguran la mayor participación: de ahí el éxito de las noticias falsas y las teorías de la conspiración. Pero también contiene un lado festivo. El escarnio ha sido siempre el instrumento más eficaz para derribar a las jerarquías. Ante la solemnidad del poder, frente al aburrimiento y la arrogancia que emanan de sus gestos, el bufón transgresor al estilo Trump provoca una sacudida que libera energías. Los tabúes, las hipocresías y las convenciones lingüísticas se desmoronan en medio de los aplausos de una multitud delirante”.
Las fake news tiene un rol central en estos procesos. Un análisis detallado y complejo de un problema social no genera demasiadas emociones. Entonces, no sirve. Las mentiras, sí: “Tras el aparente disparate de las noticias falsas y las teorías conspirativas se oculta una lógica muy sólida. Desde el punto de vista de los líderes populistas, los hechos alternativos no son solo un instrumento propagandístico. A diferencia de la información fehaciente, son un formidable factor de cohesión. En muchos sentidos los exabruptos son un instrumento organizativo más eficaz que la verdad.”.
Es complicado resumir un libro en unos pocos párrafos. Pero tal vez alcance este espacio para entender la lógica del asunto. En todos los tiempos hubo políticos que azuzaban el resentimiento como una manera de escalar hacia el poder. En este caso hay una enorme novedad: las redes, los datos, el Big Data. Analistas de primer nivel auscultan las conversaciones en las redes y sugieren la mejor manera de que el líder aparezca siempre en el centro de la escena. “Tras la apariencia desenfrenada del carnaval populista se oculta el trabajo de decenas de propagandistas, de ideólogos y, cada vez más, de científicos y expertos en Big Data, sin los cuales los líderes populistas jamás hubieran alcanzado el poder”.
Luego:
“Si el algoritmo de las redes sociales se ha programado para servir al usuario cualquier contenido que pueda mantenerlo un poco más de tiempo en las plataformas, el algoritmo de los ingenieros del caos los empuja a la posición que haga falta (razonable o absurda, realista o intergaláctica) a condición de que capte las aspiraciones y los temores, especialmente los temores de los votantes”.
En el centro de estas historias siempre hay una sociedad frustrada, un líder que habilita día a día todos los enojos, que insulta y miente en las redes, que disfruta y se regodea con las reacciones contra esos insultos, alguien que genera estos estímulos a repetición. “Más que medidas específicas, los líderes populistas ofrecen a los electores una oportunidad única: votar por ellos implica dar una bofetada a los gobernantes”. Pero no es algo espontáneo: detrás de ellos hay técnicos y científicos que trabajan para que cada estímulo genere electricidad en el cuerpo social. Al menos es lo que describe Los ingenieros del Caos sobre procesos muy similares en otros países.
Esa estrategia se ha aplicado, con variantes, en Italia con el Movimiento Cinco Estrellas, en el Reino Unido con el Brexit, en Israel con el surgimiento de Benjamin Netaniahu y, por supuesto, en los Estados Unidos con Trump. Hay párrafos que son notables por la manera en que describen el estilo que Milei desplegó esta misma semana. “Apenas hemos tenido tiempo para comentar un evento cuando otro lo ha eclipsado ya, en una espiral infinita que cataliza la atención y satura la escena mediática”.
Un elemento repetido en todos estos procesos es el odio al periodismo. Los asesores de Beppe Grillo habían construido el blog más popular del país. “Desde finales del 2013 el blog presentaba una sección dedicada al ‘periodista del día’. Por lo general se trataba de un reportero que había criticado al Movimiento. Se lo señalaba ante las masas como ejemplo de mala fe y corrupción de los medios de comunicación italianos, y ocasionalmente se convertiría en objeto de insultos y amenazas en la web”.
Los ingenieros del Caos permite entender por qué estos fenómenos se reproducen como hongos en estos tiempos. Hay un método que se transmite a través de las fronteras. Solo es necesario que aparezca el personaje que lo sepa interpretar. Hay, claro, algunos problemas. Uno de ellos es lo que genera en la sociedad: ese rencor, esas ansias de revancha, esa agresividad, esa molestia. ¿Saldrá algo bueno de todo eso? Otro es que el método no siempre funciona. Por eso, si bien hay nuevos líderes de este estilo, han ganado en algunos pocos países. Son muy llamativos pero no tan comunes. Milei llama tanto la atención, porque no hay tantos Mileis. Además, es un método que sirve, en el mejor de los casos, para ocupar el centro del escenario y llegar al poder. Mantenerse allí requiere otras cualidades. Tal vez por eso, Donald Trump o Jair Bolsonaro son hoy opositores. Un candidato que expresa su furia contra las élites, puede cansar cuando se transforma en un presidente que insulta a las élites, a las que ya pertenece.
En cualquier caso, es evidente que hay un equipo que cree en que los insultos, las mentiras y los carpetazos rinden. Mucho más cuando los auditorios de empresarios aplauden dócilmente ante estas elegancias.
Esto recién empieza.