El modo de Cristina para decir que la gente tiene “comprensión de texto” fue uno de los pasajes más significativos de su retorno televisivo, porque interpela más allá de la negativa a postularse.
Por Eduardo Aliverti
Para Página 12
Sus tonos y gestos resultaron terminantes. Lo expresó con hastío, ante el requerimiento de si podía enunciar textualmente que no será candidata.
Fue el 6 de diciembre pasado cuando señaló con todas las letras, argumentos y remarques que no se presentaría en ninguna boleta a nada de nada.
Fue ese día cuando debió cerrarse una etapa del Gobierno, de la coalición que lo constituye y de la vida política que giraba exclusivamente alrededor de su persona. Pero ocurrió todo lo contrario.
Pasaron más de cinco meses y una media docena de oportunidades en que Cristina reiteró su anuncio, apelando a más palabras e imágenes todavía. Proscripción; rulos; mariscales urgidos a tomar el bastón; Presidenta no; el bastón que no debe usarse para revolearlo por la cabeza de compañeros. Etcétera.
Imposible. No hubo caso, incluyendo el casi clímax a que se llegó el martes a la tarde, tras el tuiteo de su carta, cuando volvió a vacilarse sobre si en efecto había comunicado que se bajaba de donde nunca se había subido.
“Casi” clímax porque, créase o no, después de la “comprensión de texto” a que aludió como elegante eufemismo por “yo no sé si se hacen o son cortos de entendederas”, continúa escuchándose que, como convocó a la marcha del 25 de mayo, en una de ésas la gente la conmueve y avisa que se arrepiente.
No se puede creer. Y, tal vez en algún momento de calma, será trabajo de la sociología (entre otras disciplinas) escudriñar cómo pudo suceder alucinación semejante, que involucra a una cantidad muy numerosa de colegas y analistas profesionales.
En el caso de la “gente del común” y la “militancia”, sí podría comprenderse tranquilamente la sensación de orfandad que representa quedarse sin Cristina como chance de voto. No es para menos porque, tras cartón o antecedido por una inflación indetenible, sin ella se avizora una carrera electoral dietética, sin mística, sin pasión y cuantas acepciones redundantes se pretendan.
No es lo mismo seguir siendo “la jefa” que no poder votarla, aun cuando sus probabilidades de aspirar a un tercer mandato fueran reducidas.
Y aquí viene que la frase de CFK sobre comprender textos aplica también a los contextos, y no solamente a su candidatura que nunca fue.
Esa oración y esa gestualidad fueron de las más atrayentes al revelar su cansancio frente a tanto habitante de un termo, incapaz de asumir la realidad que explicó el 6 de diciembre. Y el momento más conmovedor fue el tocante a la salud de su hija, que una canallada indescriptible usó para lacerarla.
Pero la instancia decisiva fue advertir que lo importante es entrar al balotaje.
La decisiva y la más valiente, porque Cristina dijo, en consecuencia, que el peronismo/progresismo corre riesgo de quedarse afuera de la segunda vuelta.
Si en verdad rigiera comprensión de texto y contexto, hubiera bastado con su afirmación de que estamos ante una elección de tres tercios, donde contarán los pisos antes que los techos.
El resultado de los comicios provinciales, hasta ahora con poco más del 13 por ciento del electorado, lleva a otra alucinación ¿analítica? que extrapola triunfos oficialistas a perspectivas nacionales.
Es así que, para empezar, se habló de que en Neuquén hubo un terremoto histórico porque perdió el partido distrital de poder, el PRI del lugar, el MPN, cuando en rigor esa fuerza hizo la interna en la externa y se quedó con una mayoría aplastante (sin referencia nacional, al igual que la “salteñidad” de Gustavo Saénz, la “misioneridad” del Frente Renovador de la Concordia o lo que sería la “cordobesidad” de Juan Schiaretti y adyacencias macristas; los gobernadores trazan en sus provincias una suerte de alambrado: no entra ni sale nadie).
Y es así que, en función de esos comicios locales, hay quienes hablan de que el terraplanista de La Libertad Avanza es puro humo, porque sus candidatos consiguieron pocos votos. ¿Sí? ¿No le puso el cuerpo a ninguno y obtuvieron entre el 7 y el 10 por ciento, más Tierra del Fuego con el segundo lugar para el voto en blanco que representó casi la misma cantidad que toda la oposición sumada? ¿A dónde podrían ir esos votos y muchos más en elecciones presidenciales con un peronismo que no enamora, como dijo CFK, y donde cada sufragio contará por aquello de los tres tercios?
Y va Cristina, otra vez previniendo. Cuidado porque podemos quedarnos afuera. Cuidado porque -lo dijo también en la entrevista- en elecciones locales intervienen factores locales, que no son los del país embroncado o enfurecido del AMBA que define lo nacional junto con el núcleo agropecuario. Cuidado porque ya estamos perdiendo a las franjas juveniles.
Y va Cristina, otra vez indicando lo macro y la macro. Cuidado porque si no llegamos a un acuerdo con la oposición no delirada (sectores empresarios incluidos, si es que no “burguesía nacional”); y acerca de la cultura bimonetaria; y en torno a cómo se renegocia el acuerdo con el Fondo, estamos al horno.
De ahí para abajo, vayan todas las críticas que se quieran sumadas a la falta de autocrítica (la auténtica, la que sirve; no la que buscan los adversarios transformados en enemigos por odio de clase).
Todas las críticas y todas las dudas.
Vamos en orden aleatorio, quizá de mezcolanza válida.
El peronismo, cualquiera sea hoy el significado de esa definición luego de la experiencia en parte fallida del Frente de Todos, siempre se desenvolvió mejor en el conflicto que en el consenso. ¿Tiene resto para convocar ahora al consenso? ¿Con quién? ¿Quién es el mejor? ¿Quién con carisma, o credibilidad? ¿Quiénes con cuál programa que re-entusiasme, o algo así? (hablamos, claro, de posibilidades reales y no de candidaturas o descripciones testimoniales).
Sobresale la figura de Axel Kicillof, sea para ganar, para perder decorosamente o para resistir en La Provincia, tal vez desdoblando las elecciones. ¿Conviene jugarlo en la nacional, que él rechaza? ¿Arrastra más ahí y asegura fuerza parlamentaria imprescindible en la primera vuelta? ¿O conviene no “sacrificarlo” porque hará falta (intentar) retener el territorio bonaerense?
Si todo el viento sopla de frente y gobiernan tres tipos de la Corte Suprema que hacen y deshacen a su antojo, y no hay vuelta que darle para vencer en la puja distributiva contra una economía oligopolizada de especuladores, y entre “mafia o democracia” va ganando la primera, ¿queda otra cosa que no sea la foto de unidad para, aunque sea, perder con las botas puestas?
La foto y medidas ya mismo, salvo que hayan perdido de vista que están gobernando. ¿No se puede o no quieren trazar el símbolo de alguna disposición ejemplar, incluso efectista, contra el núcleo de los formadores de precios? ¿No se puede o no quieren decidirse a incrementos salariales de suma fija que recompongan el poder adquisitivo?
Cristina dio una pista y sugirió una autocrítica legítima, cuando dijo que en 2019 no se equivocó porque pudo eludirse lo peor. Habló, sí, de los errores de gestión. Pero reivindicó que esto no es lo mismo que Macri. Que de haber seguido Macri.
Pues bien: ése es un punto de partida. Hay con qué defenderse y hay que rescatarlo. La pandemia se administró muy razonablemente y lo reconocen todos los organismos internacionales. Se le pagaron los sueldos a las empresas, sin perjuicio de las deficiencias operativas. Se contuvo al debajo de la pirámide, sin estallidos sociales manifiestos.
Si no todo fue un desastre, como dijo la propia Cristina, el ABC de cualquier manual es que salgan a eso de defenderse con vocación ofensiva. Y si en vez de eso no son capaces de juntarse y mostrarse en el acuerdo de grandes líneas, que debieron concertar antes de sacarse a Macri de encima y más ahora, cuando como si fuera poco interviene en la discusión un energúmeno, háganse cargo de su (i)responsabilidad histórica.
Cristina ha ratificado, frente a la sordera política de quienes no saben qué hacer sin ella, que ya basta de clamores estériles y de magia individualista.
Sin líder no hay épica posible, es cierto. Pero sin programa de gobierno tampoco, aunque nadie vote programas sino líderes.