En el descontrol de las cárceles, los jefes del narcotráfico compran claves que los mantienen comunicados por internet.
Por Héctor Gambini
Para Clarín
En la cárcel federal de Marcos Paz no hay señal de celulares o la señal es muy mala. Aunque no hay inhibidores de señal -nunca se cumplió lo que ordena una ley desde 2017-, las condiciones naturales de su ubicación geográfica hacen que sea difícil comunicarse con el exterior.
Los abogados que van a ver a sus clientes no tienen señal. Los fiscales que encabezan allanamientos por investigaciones no tienen señal.
Pero esos mismos fiscales investigan a los narcotraficantes presos allí porque ordenan crímenes, balaceras y atentados por teléfono. Incluso, usando tráfico de datos móviles.
Los narcos sí tienen señal.
Aquellas dificultades naturales del lugar explican por qué “Guille” Cantero -jefe activo de la banda narco Los Monos de Rosario– tuvo durante mucho tiempo un teléfono fijo en su celda de Marcos Paz.
Así, las comunicaciones con el exterior estaban garantizadas.
El sistema más obsoleto era, en esa cárcel, el más seguro e infalible.
Su celda fue allanada, pero el teléfono reapareció un mes después.
Tras la segunda requisa, ya no tuvo teléfono fijo pero las conexiones con el exterior no desaparecieron.
Si nadie tiene señal en Marcos Paz, ¿cómo hacen los narcos?
Uno de los abogados que visita asiduamente el penal dijo a Clarín que los narcos compran una clave de wifi interna pagando 200.000 pesos semanales por cada usuario.
“Por eso la clave cambia todas las semanas”, indicó la fuente.
El precio es vox pópuli dentro del penal porque los narcos, a su vez, subalquilan esa clave a otros presos por horas.
No cualquiera accede a este beneficio ni de cualquier pabellón.
Tienen que ser allegados a los detenidos por narcotráfico y que a su vez se alojen cerca de ellos, por el alcance.
La señal con clave no llega a todo el penal y, naturalmente, sigue el ritmo de la inflación: “Esto empezó en el otoño del año pasado y costaba la mitad”, amplió la fuente.
Los fiscales que investigan a los narcos no detectaron esta circunstancia en los allanamientos recientes a Marcos Paz, pero no descartan que sea el negocio de uno o varios guardiacárceles actuando por su cuenta.
De hecho, hay llamadas y mensajes de whatsapp entre los narcos que no hubieran sido posibles sin algún tipo de acceso a wifi.
Una investigación de la Procuración hecha por 14 fiscales especializados en narcotráfico advierte que “el uso compartido de celulares dentro de un penal representa un problema adicional para la producción de prueba, por cuanto hace más difícil identificar al usuario real de las comunicaciones”.
Y remarca: “No puede dejar de suponerse una posible connivencia de parte de los agentes penitenciarios” para facilitar esas comunicaciones de los presos.
“Es un problema mucho más grave del que parece -amplía otro abogado que conoce la situación-, porque los narcos terminan pagando en efectivo y en modo delivery. Le llevan los billetes a la casa del guardia o funcionario que les vende la clave y por lo tanto saben dónde vive y cómo se compone su familia. El acuerdo seguirá mientras los narcos quieran, porque el guardiacárcel comprometido ya no podrá decidir por sí mismo interrumpir el servicio sin temer consecuencias personales”.
A esas relaciones peligrosas se sabe cómo entrar pero no cómo salir.
Hace unos días, la justicia ordenó el traslado de un preso de la cárcel de Piñero, en Rosario, porque había accedido con clave al sistema Nosis de funcionarios.
Sacaba de allí el domicilio de cada uno y mandaba a “apretarlos” para conseguir lo que quería.
En Rosario llamó la atención que muchos de los guardiacárceles amenazados no denunciaron lo que estaba pasando.
Quizá por temor. Quizá porque quienes los amenazaban tenían más información sobre ellos que no convenía que saliera a la luz.
El alcance narco en Rosario y la connivencia con funcionarios y fuerzas de seguridad llega a la lógica de la lista de muertos en la ciudad.
¿Por qué, entre las víctimas, casi nunca hay policías? Porque no hay enfrentamientos.
Las víctimas siempre son civiles y la Policía corre de atrás y suele llegar cuando ya pasó todo.
“Es criminal que las cárceles federales no tengan inhibidores de celulares”, dice un fiscal especializado en narcotráfico. Eso depende del ministro de Justicia Martín Soria.
La última locura de esa permisividad es el asesinato de un joven en Rosario sólo para ser utilizado como cadáver correo.
La principal hipótesis de la investigación es que esa acción se ordenó desde la cárcel federal de Rawson (donde están presos miembros de la banda que mandaba el mensaje a los rivales) con la autorización explícita de Guille Cantero en Marcos Paz.
Sin ese acceso a las comunicaciones libres, la víctima inocente podría estar viva.
Lo mismo con el frustrado rescate del narco Alvarado en la cárcel de Ezeiza: el operativo que al final abortaron las fuerzas de seguridad se había coordinado por whatsapp.
Los especialistas en narcotráfico se preguntan aún por qué no se aplica en la Argentina un régimen especial de detención para los narcos, como ocurre en Italia con los jefes de la mafia.
El artículo 41 bis del código italiano prevé condiciones especiales basadas, sobre todo, en la incomunicación de los detenidos.
Allí están en celdas individuales, salen al patio una hora por día y de a uno por vez, y reciben visitas una sola vez al mes.
Los cuestionamientos a la dureza del régimen fueron saldados en la Comisión de Derechos Humanos del parlamento europeo, que aprobó el régimen para ese tipo de delincuentes en particular.
La mafia mandó asesinar a los jueces Falcone y Borsellino en los 90, en Sicilia. Los crímenes se ordenaron desde dos cárceles.
“Hay que hacer lo mismo acá, antes de que vengan por nosotros”, planteó el fin de semana pasado un fiscal antinarco, entre jueces preocupados que saben que 400 gendarmes más en Rosario son como una curita para tratar una fractura expuesta de tibia y peroné.
El drama de esa situación que se podría agudizar está en la percepción de Thiago, un rosarino de 7 años al que la maestra le pidió que hiciera un dibujo sobre su barrio.
El nene hizo a un hombre de gorra y cara tapada disparándole una bala enorme y amarilla a alguien más pequeño, que tenía los brazos hacia arriba.
Para Thiago, su barrio es un asesinato.