Por Cristian Sperati
Hagamos un ejercicio juntos, es simple y sencillo.
Allí donde esté (en su hogar, su trabajo, caminando por la calle, en el auto, el colectivo o, en la bici, limítese a observar, nada más (y nada menos).
Dije observar, no mirar, que es la capacidad natural del ojo. Observar es el proceso de adquirir información de manera activa, con todos los sentidos acompañando a esa recolección de datos.
Mirar es la foto. Observar es contemplar la película que rodea la foto, con sus sonidos, colores, olores, etc.
Segundo paso: ¿Qué observa? La respuesta es obvia, dependerá del momento y lugar donde se encuentre. Podrá ser un paisaje maravilloso, unos ojos brillantes llenos de amor o el caos de un corte vehicular.
Tercer paso: repita la observación varias veces al día, en distintos días de la semana. Tome nota de lo observado. ¿Cambió la respuesta?
Es muy posible que sí, que al observar la dinámica diaria en la que estamos inmersos y que nuestro cerebro decide no ponerle atención para evitar el sufrimiento permanente, sus sensaciones, emociones y pensamientos guarden relación con el estrés disfuncional..
El miedo, esa emoción primaria y ancestral que nos permite sobrevivir como especie, nos secuestra emocionalmente. No hace falta ser un científico para darse cuenta de que, en la calle, el miedo se huele en el aire. Miedo al robo, miedo a no llegar a fin de mes, miedo a perder el trabajo.
Y, si el miedo gobierna tu cerebro las respuestas son siempre las mismas: ataque/defensa, huida y/o parálisis. Es matemático, a mayor miedo, menor raciocinio.
Así vamos viviendo. En el tránsito, tiene “siempre” la prioridad de paso (ipso facto) el vehículo de mayor porte, independientemente de lo que la ley regule. En la economía, lo mismo, las empresas grandes, marcan tendencia de mercado. Y siguen los ejemplos..
Con este contexto, ¿Quién puede creer que el deporte, específicamente el fútbol, puede reaccionar de manera distinta al resto de la sociedad? Al fin y al cabo somos los mismos que nos enojamos sumergidos en la locura diaria, los que participamos de esos eventos deportivos.
Nada cambiará si no cambiamos nosotros. Penas severas o charlas con los padres serán un bálsamo en medio de tanta psicosis.
Note, estimado lector, que no he nombrado a los niños y/o adolescentes que participaron de la jornada teñida de pelea en la liga santafesina, lisa y llanamente porque no son los responsables primarios de estos hechos.
Ellos son el emergente de adultos, como usted y yo, que no hemos aprendido a resolver nuestras diferencias de manera asertiva y pacífica, nos cuesta aceptar el principio de autoridad y legalidad, se nos dificulta atravesar nuestras frustraciones y las proyectamos en el otro. Ese otro que no es un igual sino el enemigo al que hay que destruir. Ni siquiera vencer. Destruir. Y así se hace difícil construir un futuro distinto a este presente.
Parafraseando a la psicopedagoga Mar Romera, los niños no aprenden lo que les enseñamos, los niños NOS APRENDEN. Aprenden a resolver sus diferencias, a tolerar las frustraciones y a enfrentar los miedos como nosotros lo hacemos.
En el deporte hay que aprender a ganar y a perder, debemos disfrutar del proceso mucho más que del resultado. Como en la vida.
Imagino que todos los que hemos hecho deportes buscamos el éxito, se juega para ganar pero quizás deberíamos repensar la definición de éxito que tenemos en nuestro inconsciente y hago mía la reflexión del Lic. Gabriel Rolón, “el éxito en la vida es poder mirar hacia atrás sin sentir vergüenza de lo fuimos y de lo que somos”.
Otra vez, deténga sea observar. ¿Lo que está viendo es lo quiere para su vida, lo define como persona?
Se juega como se vive. Fin del partido