El Grupo de los 20 es un foro de 19 países más la Unión Europea, que fue creado en 1999 como una instancia de cooperación internacional. Se realizan reuniones periódicas de los jefes de Estado (o de Gobierno), gobernadores de bancos centrales y ministros de finanzas.
Inicialmente tenía un objetivo de tipo técnico y con el correr del tiempo fue tratando temas vinculados al desarrollo económico, financiero y político. Está constituido por las principales economías del mundo: la Unión Europea y los siguientes países: Alemania, Arabia Saudita, Argentina, Australia, Brasil, Canadá, China, Corea del Sur, Estados Unidos, Francia, India, Indonesia, Italia, Japón, México, Reino Unido, Rusia, Sudáfrica y Turquía.
Hay también países invitados (España, con estatus de permanente), Chile y los Países Bajos fueron invitados por la República Argentina. Los presidentes de organizaciones que agrupan distintos países (como por ej. la Unión Africana y la Comunidad del Caribe) figuran como invitados.
Podemos afirmar que es una cumbre que reúne un amplio espectro de países que representan cerca del 80 % del PBI mundial y del comercio internacional. No se puede negar, bajo ningún motivo, el peso específico de esta reunión.
El presidente Mauricio Macri afirmó que Argentina se convertirá en la voz de la región en dicha cumbre.
En estas cumbres ser realizan reuniones de comisión previas, que buscan llegar a posiciones en común entre los distintos países que participan, para que luego los mandatarios se reúnan y firmen un documento final que exprese su voluntad de “hacer algo” con los problemas debatidos.
Los temas que se debaten son muy amplios. Se pueden dividir en dos grandes “patas” o áreas: la primera es la de las “finanzas”, integrada por los ministerios de Hacienda y los Bancos Centrales; y la segunda (el canal de los Sherpas) es integrada por los jefes de Gabinete y ministros de distintas áreas que tratan entre otros los siguientes temas: compromisos políticos, políticas de lucha contra la corrupción, problemáticas del desarrollo, el cambio climático y el tecnológico, la educación, la igualdad inter-géneros, la agricultura, el comercio y la energía mundial. En síntesis, abarca dos áreas: una económica-financiera y otra, política.
El G-20 no tiene una sede física como la ONU o la OEA, sino que el país anfitrión de cada reunión (que ejerce la presidencia durante un año, desde la finalización de la última cumbre) es el que se responsabiliza de la organización del evento. En este caso, la Argentina es la encargada de la decimotercera reunión (y primera en América del Sur) que se realizará desde el 30 de noviembre al 1º de diciembre de 2018 en la ciudad de Buenos Aires. La Unidad Técnica G-20, a cargo que Hernán Lombardi, funciona en la Secretaría General de Presidencia de la Nación. Esta unidad técnica se encargó de licitar la organización del evento. Se calcula que el gasto del evento alcanzará los 80 millones de dólares.
Los temas centrales que serán tratados en esta cumbre son los siguientes: la sustenibilidad (productividad de los suelos, modificación de la matriz energética y control del impacto ambiental); y la liberación del potencial de las personas (innovar en educación, aprovechar las nuevas tecnologías y empoderar a las mujeres). Los principales temas de economía y finanzas a tratar son: la estabilidad de la macroeconomía mundial y la guerra comercial entre EE.UU. y China.
Estas cumbres no están exentas de críticas. Se les cuestiona principalmente su representatividad (¿quién votó la existencia de estas reuniones?). Pero la mayoría de los mandatarios que asiste fue elegida con procedimientos democráticos y, por lo tanto, habría una legitimidad de tipo “indirecta”.
La segunda gran crítica es que los temas que deciden tratar pasan por filtros de distintas tecnocracias, expertos y diplomáticos y que, finalmente, las grandes cuestiones terminan siendo transformadas, suavizadas o invisibilizadas para que ningún mandatario tenga que firmar una declaración “incómoda”.
Creo que esta crítica es la más precisa. Justamente en la “forma” en que se define un problema, se juega su posible solución. Por ejemplo, refiriéndose al “cambio tecnológico” es muy distinto hablar de “la tecnología en la industria” que de “la destrucción del empleo tradicional”. No es solo una cuestión de “etiquetas”.
No es neutral la selección y la definición de los problemas. En políticas públicas se estudia especialmente la “forma” en la que los distintos actores definen los problemas… El sueño de un grupo puede ser la pesadilla de otro.
Estas cumbres también son cuestionadas por su sesgo ideologizado (neoliberalismo), su voluntad pro mercado y su ceguera respecto de una mejor distribución del ingreso; por no luchar con vehemencia contra el desempleo, o por no implementar políticas más agresivas contra el cambio climático, la excesiva “financierización” del mundo, la ausencia de debate sobre comercio mundial justo, la falta de compromiso real con las energías renovables, la falta de preocupación por la justicia social y el debilitamiento de la democracia, entre otros.
Por supuesto, toda actividad o evento humano es percibida desde distintos puntos de vista. La cuestión es preguntarse si la Argentina puede obtener la mayor utilidad posible de la cumbre que está organizando.
¿Todos los días se puede juntar en nuestra casa a los mandatarios de las naciones más poderosas de la tierra? ¿Es fácil asistir a los debates (aunque sean formales) de los grandes problemas mundiales? ¿Es sencillo hospedar a grandes comitivas internacionales? ¿Son ninguneables los distintos grupos de técnicos que van a estar en nuestro país? Podríamos plantear muchas preguntas similares.
Nuestro país puede aprovechar esta reunión del G-20 para aprender más de las grandes cuestiones que preocupan al mundo, ver cuál es el grado de las capacidades estatales que tenemos para organizar estar reuniones (desde el punto de vista de la seguridad, de la logística, de la organización, etc.) y sacarnos la “foto” con la dirigencia mundial.
Además, de mostrar la capacidad de organización, teniendo el rol principal, nos permite tener reuniones bilaterales con los gobernantes de los países más importantes del mundo y llegar a acuerdos comerciales; y agendar otros encuentros y visitas de reciprocidad. Para un país que se ha aislado -poco a poco- del mundo, que tiene una dirigencia política de calidad -cuando menos- endeble, y cuya sociedad adora el consumo de los países desarrollados, pero no ve el esfuerzo que significa construir una economía desarrollada ni la importancia de los grandes consensos políticos, no es una mala oportunidad. Es más, deberíamos aprovecharla y trabajar para que salga bien.