Por Martín Sperati
En 2001, el lema era “Que se vayan todos” en las protestas contra el gobierno de Fernando De la Rúa, primero, y en el arranque del de Eduardo Duhalde, después.
Pasaron 20 años, y la gente (no fanatizada) empieza a revelar el hartazgo hacía parte de la dirigencia política. Entonces del “que se vayan todos” ahora parecería que se conforma con que se vayan dos.
Obviamente que se trata de la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner y el expresidente Mauricio Macri. La opinión pública se está hartando de la grieta y de las peleas y enfrentamientos que les propone la política, pero los políticos parecen no escuchar a los propios encuestadores que ellos mismos contratan.
Basta poner sobre la mesa el expediente del Correo argentino y observar a Mauricio Macri defenderse con el único lema de “persecución política” en lugar de someterse a un proceso judicial como cualquier hijo de vecino.
En esto se parecen tanto Cristina como Mauricio, en el discurso de “persecución política”.
Es notable cómo, en este aspecto, Macri y Cristina se legitiman –o deslegitiman—mutuamente. Si lo de Macri, como sostiene él, es a priori una persecución, ¿por qué no lo sería todo lo que vivió la vicepresidenta?
En principio, en las reacciones simétricas de los dos ex presidentes se expresan ciertos rasgos de una cultura política. Los dos ex presidentes actúan como si la Justicia no tuviera ningún derecho a investigarlos.
Macri y Cristina han recorrido caminos muy similares. En el 2012, un juez federal, Daniel Rafecas, decidió allanar una vivienda del entonces vicepresidente Amado Boudou por un hecho grave de corrupción. Boudou armó un escándalo por el cual logró que quitaran la causa al fiscal y al juez que intervenía y que renunciara Esteban Righi, Procurador General de la Nación.
Macri, por su parte, echó al procurador del Tesoro, Carlos Balbín. ¿Cómo se les podría ocurrir, a uno o al otro, actuar con independencia?
En noviembre del 2015, Cristina -a punto de irse- y Macri -a punto de asumir- se encontraron por algunos minutos. Macri contaría que Cristina le pidió garantías de que la Justicia no la investigaría y que él le respondió que no podría ofrecérselas porque la Justicia era independiente. Cuatro años después, la transición reunió a Macri con Alberto Fernández. Esta vez fue Macri el que le pidió impunidad a Fernández.
Macri y Cristina se parecen en otra cosa: odian que los comparen entre sí. No somos lo mismo, dice uno. No somos lo mismo, dice la otra.
Al igual que Cristina, Macri tiene a su servicio a los abogados más caros de la Argentina. Al igual que Macri, Cristina es defendida por decenas de periodistas que, apenas aparece una indagatoria o una quiebra, gritan “lawfare” o “persecución judicial”. Mientras Macri y Cristina eran presidentes, jueces cercanos a ellos participaron, efectivamente, de persecuciones judiciales que ellos mismos jamás denunciaron.
Cristina facilitó la llegada de Mauricio Macri, y luego fue el derrape del creador del Pro el que rehabilitó a la actual vicepresidenta.
La gente se cansó de que la Argentina fracase, por eso, no extraña que se adjudique la responsabilidad de ese fracaso a los dos políticos más poderosos de sus respectivos espacios, que son, justamente, los más destacados por sus conocidas vocaciones de ahondar la “grieta”.
Y no es un fenómeno solamente argentino: en todo el mundo los extremos de las grietas -que hay en muchos países- son los más sonoros en los medios de comunicación y en las calles. Pero las mayorías son menos ideologizadas. En lugar de River-Boca, la gente quiere ver a los políticos jugando en equipo, como una selección.
Si los políticos escucharan a los encuestadores que ellos mismos contratan, tendrían que apostar a ganar las próximas elecciones mostrando un plan prometiendo terminar con la grieta y poner a toda la política a trabajar por el país.
Quizás, la campaña más efectiva para cada uno de los dos espacios políticos en carrera sea que tanto Cristina como Mauricio empiecen a pensar en la idea de dar un paso al costado.
O bien que anuncien trabajar en equipo, aún en las diferencias, como quiere más del 60 por ciento de los argentinos. La historia reciente les está pidiendo que se juntes, que trabajen en equipo, aún con las sostenidas diferencias.
No ponerse de acuerdo en puntos básicos para sacar adelante al país es el principal ejemplo de que no quieren cerrar la grieta.